Está claro que queramos o no, algo hemos heredado de nuestros padres. Puede que al principio no seamos conscientes de ello, pero llegará un momento en el que te encuentres repitiendo sus frases o imitando sus comportamientos. Lo que no tengo muy claro es qué parte debemos a la genética y cuál a la convivencia.
Y a qué viene esta reflexión, estaréis pensando, venga, resuelvo el misterio.
El otro día, mi hijo el pequeño, tenía que hacer un trabajo y cómo no, su queridísima madre le echó una mano. Para mi, echar una mano significa quitar al niño del medio y hacer el trabajo yo, como mucho le dejo que recorte y pegue. Si, lo se, una mangoneanta de mucho cuidado es lo que soy. Pues si tengo que echarle la cualpa a alguien, se la echaré a mi padre.
- Papá, tengo que hacer un trabajo sobre la vivienda
- ¿Sobre la vivienda?, vale, saca los rotuladores, dame el lápiz, la goma y la regla. Voy a ir dibujando los tipos de viviendas y …
- ¿Papá, y yo qué hago?
- Tu luego los coloreas
- Ah vale
El trabajo me quedó de lujo, qué digo me quedó, le quedó de lujo, nos pusieron muy buena nota. Mis profesores, que ya conocían a mi padre y su afán por colaborar en todos nuestros trabajos, alguna vez soltaban aquello de, «dile a tu padre que le ha quedado muy bien».
¿Y qué hago yo ahora?, exactamente lo mismo.
- Niño, trae la cartulina, saca las tijeras, el rotu negro, la guillotina, el pegamento
- Ya está todo mamá, ¿qué hago?
- Tu, corta y pega. Chaval, nos ha quedado un trabajo genial
Ahora entiendo a mi padre, ¡quién se puede resistir a hacerle el trabajo a un hijo!
Así que puedo concluir, que mi vena artística viene de la rama paterna. Lo he visto dibujar en cuadernos, hacer murales en las paredes, escribir poemas y relatos y devorar libros.
Mi madre por el contrario, es la voz de la practicidad, tiene frases como, «y eso ¿para qué lo quieres?, eso solo coge polvo», o «esto no parece difícil, esto lo hago yo».
Efectivamente, es culpa de mi madre que me meta en cualquier fregao sin importante las consecuencia. Que se estropeaba una persiana, mi madre miraba la persiana, luego se miraba el bolsillo y concluía, esto no parece difícil, tiene dos tornillos y un tambor, esto lo arreglo yo. Montaba la de Cristo, pero lo arreglaba y como era ella la que después limpiaba el desastre nadie decía ni mu. Que había que pintar la casa, miraba las paredes, después se miraba el bolsillo y sentenciaba, esto no parece difícil, solo se necesita pintura y un rodillo, esto lo hago yo. Y lo hacía, se pintaba la casa de arriba abajo.
Y así fui creciendo, entre los “niña, vamos a escribir esa redacción” y “esto lo hago yo”.
- Por cierto, ¡Niño!, ¿qué nota me han puesto?
Si te apetece leer un poco más sobre la herencia de los padres, escribí otra entrada sobre el tema.
- No gracias, he tenido bastante
- Me lo suponía
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