Ayer tuve el festival de canto en la academia donde doy las clases. Hoy por fin puedo descansar a gusto. Creo que nunca en mi vida he pasado tantos nervios.
Es una prueba durísima, subirse a un escenario, sola, delante del público, sin nada que te proteja, ni un micrófono, ni un atril, ni una silla, solo tu.
Creo que llevo nerviosa toda una semana. Cada vez que me imaginaba en el escenario, se me aceleraba el corazón. Nada que ver con grabar un video en casa, en la tranquilidad de tu hogar, en la seguridad de tus cuatro paredes.
Actué en tercer lugar. Creí que el corazón me iba a estallar, nunca se me había acelerado tanto, ni siquiera cuando corría los 100 metros lisos en atletismo. Y me dio una rabia tremenda no saber controlar esos nervios. Por más que intentaba tranquilizarme a mi misma, no lo conseguía, no encontraba esa imagen en mi cabeza que me dijera que todo lo tenía controlado, que todo iba a salir bien, que había practicado mucho y que nada podía fallar.
Subí al escenario y me sentí vulnerable. Mi voz se escuchaba temblorosa y no se si llegaron también a temblarme las piernas.
Hoy todo ha pasado y me siento como si un tren hubiera pasado por encima de mi. He visto el video de mi actuación y no puedo decir que me sienta satisfecha. Ahora solo pienso en luchar contra esos malditos nervios que son capaces de arruinarlo todo. El control del propio cuerpo es vital para todo, para hablar en público, para tomar decisiones, para llevar las riendas de tu vida.
Como diría Scarlett O´Hara en lo que el viento se llevó, «a Dios pongo por testigo que ganaré la batalla a los nervios».
Se acabaron las lamentaciones, ahora a pensar en el siguiente proyecto, grabar un video navideño, será mi particular tarjeta de Navidad.
Os dejo unas cuantas fotos de la actuación. Se ve que a sentimiento no me gana nadie, solo tengo que conseguir que la voz no se me desmadre.
De una cosa si que me siento satisfecha, de lo monísima que iba. Cantar no cantaré muy bien, pero guapa iba un rato.
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