A los hijos se les quiere muchísimo, sin embargo a veces los tiraría por la ventana.
Mis hijos han sido capaces de llevarme a todos los extremos posibles. Me han hecho llorar de impotencia, de frustración pero también me han hecho reír a carcajadas, son duros conmigo pero también saben dar abrazos que quitan las penas.
El día que nació el mayor, estuve llorando una hora de pura emoción. Se me pasaba la llantina, lo miraba y vuelta al lloro. Era tan poquita cosa y era todo mío, la primera cosa que sentí que era totalmente de mi propiedad.
Siempre he pensado que un hijo es el reflejo de sus padres. Está muy bien pensarlo cuando hablas de la generalidad, pero cuando se trata de tus hijos, la cosa cambia. ¿Cómo voy a aceptar que si por ejemplo mi hijo es un irresponsable es culpa mía?. Y una leche, si no es responsable la culpa es suya. ¿Quién es el irresponsable, yo?, no, pues entonces.
Qué fácil es hacer un diagnóstico ajeno y qué difícil hacer el propio. Ves cómo actua un padre con su hijo y rápidamente tienes el remedio a todos sus males. Yo haría esto, lo otro, claro, es que no le pone límites. Muy bien. Ahora aplícalo a tus hijos. No parece ya tan fácil, verdad?.
¡Cuántos programas de Super Nani me habré tragado!. Estaba claro, mis hijos no me hacían caso porque necesitaba las técnica de la Super Nani. Y ahí estaba yo, haciendo tablas para todo.
Tablas para conseguir que se vistiesen a tiempo para ir al colegio, tablas para que hiciesen los deberes, para que se bañasen, para que merendasen, para que no se peleasen. Tenía la casa llena de tablas por todas partes. Pues se ve que no era suficiente, a la Super Nani le funcionaban, pero a mi no tanto.
Para empezar, la Super Nani nunca levantaba la voz. Ya empezamos mal. Nunca perdía los nervios. Seguimos bastante mal. No amenazaba. Pero bueno, esta Super Nani era una blanducha. Vaya mierda de Super Nani, a tomar por saco las tablas, esto lo arreglo yo ahora mismo.
Niños, como no os vistáis ahora mismo os doy dos tortas que salís volando. ¿Que si funcionaba?, pues no, pero me quedaba mucho más relajadita.
Una de las razones por las que decidí tener un perro fue para tener la excusa perfecta para salir de casa. Salir de casa cuando ya no puedes más y deambular sola por ahí, no está muy bien visto, pero salir de casa con perro, eso ya es otro tema. Me vino de maravilla, cuando la cosa se torcía, Pincher y yo nos íbamos a dar una vuelta y si por casualidad coincidíamos con otra vecina paseadora de perro, pues mejor que mejor. Volvía suave como un guante, sin enfados y con la mente más abierta para solucionar conflictos.
Cuando alguno de mis hijos me imita, me doy cuenta de la poca paciencia que tengo. Hoy estaba explicándole un problema al pequeño cuando ha dicho el mayor, mamá, tu lo explicas muy difícil, se lo voy a explicar yo. Entonces ha hecho de mi:
- Niño, cuántos son 5 por 3…. 15, son 15, venga, venga. ¿Cuánto me llevo?, que lo escribas ya!.
El puñetero me ha hecho reír.
Pero qué difícil es ser madre, buena madre, quiero decir.
Yo pensaba que si los tratabas a todos igual lo estabas haciendo bien, pero no, cada uno es distinto y necesita un tratamiento diferente.
Hoy he entrado en crisis y he pensado, se acabó, voy a dejar de ser madre, que se estrellen ellos solos, que se topen con los problemas y los solucionen, que se olviden de mi, ya no me voy a preocupar más. Pero después ha venido la calma y he vuelto a mi ser, sobre todo porque no puedo dejar de ser madre, no es un trabajo del que se pueda renunciar, es un trabajo a jornada completa, pero que muy completa.
Ahí los veo ahora tan tranquilos, como si no se hubiesen peleado en toda la tarde, ni se hubieran tirado las gomas y los lápices, ni hubieran discutido por invadir su trozo de mesa o por no compartir un trozo de salchichón.
Y cuando llegue la noche, se pelearán por dormir conmigo.
¡Pero cómo los odio y cuánto los quiero!!!.
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