No siempre he llevado gafas. A los 20 años me di cuenta de que por un ojo veía mejor que por el otro, fui al oculista y salí con estas gafas.
La verdad es que no fueron una gran elección. Por aquel entonces no tenía ni idea de gafas, no sabía nada de monturas ni de cristales y me compré estas gafas metálicas que pesaban bastante. Se me clavaban en la nariz y cuando me las quitaba me dejaban una señal que me duraba hasta el día siguiente.
Lo tenía claro, las próximas gafas que me comprara serían livianas, nada de monturas pesadas. Los cristales también serían de los más ligeros del mercado. Aprendí bien la lección. Busqué y rebusqué en muchas tiendas hasta que me hice con estas gafas sin montura.
Durante mucho tiempo estuve la mar de contenta, hasta que me harté de la sencillez y quise pasarme al color. Nada de estridencias, algo sencillo como un azul metalizado. Unas gafas metálicas pequeñas y ligeras.
Descubrí que por muy livianas que fueran las gafas, siempre me dejaban señales en la nariz, así que quise pasarme a las gafas de pasta. No arriesgué demasiado, la forma fue muy similar y el color también. En esta ocasión me compré unas gafas de pasta de color violeta.
Nada que objetar a estas gafas pero las modas cambian y los gustos también. De repente sentí la necesidad de tener unas gafas rojas. ¿Rojas?, si, rojas. Cuando vas a una óptica, es importante tener algo claro, el color, la forma, el material, algo. De esta manera, la búsqueda de tus gafas perfectas se hace menos tediosa.
Esto si que fue un cambio radical, se me veía de lejos. Una vez que entras en el terreno de las gafas llamativas, ya no hay vuelta atrás, todo vale y con todo te atreves. Por aquel entonces ya estaban de moda el dos por uno, así que con estas bonitas gafas rojas, me regalaron una negras. No eran nada del otro mundo, pero eran gratis.
Me vinieron muy bien estas gafas negras. Las rojas no combinaban nada de bien con la barra de labios rosa y ya sabéis que soy muy fan del rosa.
¿Qué fue lo que se me antojó a continuación?, pues una gafas negras con personalidad, contundentes.
Creo que con estas gafas me colé, demasiado grandes. El problema que suelo tener al elegir las gafas es que están pensadas para cabezas normales, no para cabezas enanas como la mía. Cada vez que bajaba la cabeza para leer, las gafas se resbalaban por la nariz hasta parecer una simpática abuelita. Con estas gafas también venían otras de regalo, mis actuales gafas blancas.
Resultó que las gafas de regalo me gustaron mucho más que las que yo misma elegí.
¿Qué puedo decir de estas estupendas gafas?, que son perfectas. Tamaño adecuado, me encajan estupendamente, no se me caen, no se me clavan en ninguna parte, son diferentes, llamativas, con personalidad y hacen juego con todos los colores del mundo mundial. Puedo llevar los labios rojos, rosas, marrones o como me de la gana. Si es que solo le veo ventajas. Han pasado unos cuantos años desde que las compré y todavía no me he cansado de ellas, eso es muy buena señal.
Lo que está claro y lo habréis comprobado en todas las fotos, es que tengo una oreja más alta que otra y aunque intento torcer las patillas de las gafas para solventar este defecto de fábrica, no lo consigo del todo y se nota un pequeño desnivel.
Y ahora ya podéis criticar todo lo que os de la gana, no me voy a ofender en absoluto, todo lo que me digáis, posiblemente ya me lo haya dicho yo en alguna ocasión.
¿Tu también guardas todas tus gafas?.
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