Para estos días tan primaverales he sacado mi vestido camisero que parece un camisón. Bueno, no exactamente, pero le da un aire. Como el camisón que llevaba el Sr. Scrooge en «Cuento de Navidad». Solo me falta sostener el candelabro.
El pañuelo me encanta, es extragrande y muy suave, de los que se te deshace el nudo poco a poco sin darte cuenta y se te va bajando un pico más que el otro por el cuello, hasta que de repente hay alguien que te dice por la calle: «eh!, que pierdes el pañuelo!».
Pero eso no me va a pasar porque he tomado precauciones, le he dado una vueltecita y de vez en cuando le voy echando un ojo.
Y atención, ni medias ni nada, piernas al aire. En cuanto tengo ocasión me las quito. Las medias no traen nada bueno, pican, la goma siempre se te clava en la cintura cuando te sientas, fabricando dos barrigas, la que va por encima de la goma y la que va por debajo. Si no son de tu talla, se te van bajando hasta que las llevas al estilo cagancho. Este estilo es el que acostumbran a llevar los bebes con pañales cuando les pones unos leotardos.
Pero si te las subes mucho para evitar este efecto, resulta que ejerces mucha presión sobre el dedo gordo del pie y éste, en su obsesión por quedar libre, va haciendo mella, poquito a poquito, hasta que consigue su objetivo, que es dejarte el dedito o el dedazo al aire. Odio tener un agujero en el dedo. Cuando me quito los zapatos y descubro el terrible agujero, lo miro con odio, como si el dedo gordo del pie tuviera criterio propio, y su misión fuera hacerme la vida imposible. Lo miro y le digo: «la próxima vez no lo vas a conseguir, voy a encontrar un remedio y te vas a enterar».
Así que, si…, hoy no llevo medias y me siento libre como el viento, con el airecillo corriendo libremente y sin preocuparme por los enganches y las dobles barrigas.
Y si tengo las piernas blancas, a quién le importa?. A mi no, desde luego. Debemos ser todos morenos en esta vida?, no lo creo.
Vestido de mango, botas de benetton, cazadora de Bogotá, pañuelo de h&m y pendientes de parfois.
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